KEMELMAJER / CORREA
Capítulo I
Matrimonio
Capítulo II
Régimen patrimonial del matrimonio
Capítulo III
Protección de la vivienda
Capítulo IV
Disolución del matrimonio y proceso de divorcio
Capítulo V
Uniones convivenciales
Capítulo VI
Parentesco
Capítulo VII
Filiación biológica o por naturaleza
Capítulo VIII
Técnicas de reproducción humana asistida
En el prólogo de una obra colectiva de Derecho de Familia2, Luis Díez-Picazo confiesa que "quienes colaboraron en las reformas de Derecho de Familia de los años 1981 y 1983 en España pudieron pensar, con justo título, que habían conseguido un Derecho de Familia puesto al día, puesto en orden y puesto, además, en consonancia con los derechos fundamentales de la época en que vivían; podían pensar, por lo tanto, que se había podido consolidar un Derecho de Familia moderno, por lo menos para 30 o 50 años. Sin embargo no fue así, pues pronto se vieron sorprendidos por la explosión de cuestiones sobre las que no habían podido ni siquiera pensar, provocando un continuo aumento de las perplejidades".
Las palabras del maestro responden a la realidad; efectivamente, sólo quien cierra los ojos y no quiere oír puede negar las profundas y rápidas transformaciones operadas en las relaciones familiares en las últimas décadas.
Ciertamente, la familia llamada "tradicional", esa familia matrimonializada (fundada en el matrimonio), paternalizada y patrimonializada (o sea, dependiente económicamente y en otros aspectos del poder del padre), sacralizada (nacida de formas más o menos solemnes) y biologizada (su fin principal es tener hijos), viene sufriendo cambios desde hace más de un siglo. Elementos muy diversos incidieron para abandonar ese modelo, consagrado por el Código de Napoleón y seguido por muchos códigos del Derecho continental, que algunos calificaron de patriarcal, jerárquico, autoritario, burgués y desigualitario. Entre las causas que afectaron el esquema se enumeran: la desaparición de la economía agraria como forma principal de subsistencia y el traslado de grandes masas de población del campo a las ciudades; la revolución industrial; el acceso de la mujer a las fuentes de trabajo; su emancipación; la creciente intervención del Estado para atender a la educación de los niños, precisamente porque madre y padre deben trabajar afuera; la laicización o secularización del Derecho, verificado no sólo en la ley sino en las decisiones judiciales; los movimientos inmigratorios, que acentuaron la necesidad de convivir entre distintos tipos familiares; el aumento de la esperanza de vida, etcétera.
En razón de estos fenómenos sociales, económicos y culturales, en la segunda mitad del siglo XX se pasó de un modelo cerrado, centrado en la figura del pater familia, casi identificado con él, exclusivo detentador del poder, a otro abierto, con diversos protagonistas, portadores de nuevas necesidades y nuevos derechos. En consecuencia, el vocablo familia dejó de aludir a un grupo homogéneo en su configuración, fundado exclusivamente en el matrimonio heterosexual o en la filiación6, para dar lugar a una cierta heterogeneidad.
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