La evaluación educativa ha adquirido una importancia medular en los sistemas educativos de muchos países. Nuestros países de la América Latina y el Caribe no son la excepción. Esto es así debido a la enorme expansión de la cobertura de los servicios educativos. Hoy ingresan a la enseñanza primaria y media, niñas, niños y adolescentes de familias que antes no iban a la escuela. La escolarización de la población ha sido un propósito y una tarea fundamental para nuestros países. Al ingresar a la escuela aquellos que estuvieron excluidos de ella presentan una exigencia mayor para garantizar el ejercicio del derecho a ser educados. Hemos conseguido un éxito relativo al democratizar el acceso a la escuela, pero no hemos logrado de igual manera la igualación en el acceso a los aprendizajes. De ahí el papel de la evaluación, pues permite identificar las brechas en muchos aspectos referidos a la realización del derecho de todos los individuos a recibir educación.
En las últimas décadas se extendió la evaluación externa a gran escala a través de programas y proyectos nacionales e internacionales. Sin embargo, hay una conciencia creciente de sus limitaciones o alcances sobre todo por lo que esta evaluación les signifique a los docentes y les sea de utilidad para su quehacer en las salas de clase. Por ello, en los últimos años ha empezado a cobrar mayor importancia la evaluación educativa dentro del aula y vemos que la cantidad de estudios relacionados ha ido aumentando de manera significativa. Conocer lo que acontece en las aulas para incidir en su mejoramiento es un gran desafío para los docentes, académicos, investigadores y también para los políticos.