La obra prologada, como reza su propio título, contiene un análisis específicamente dirigido a la llamada "contaminación acústica", al ruido. Al ruido que, por cierto, en países latinos como el mío, son consustanciales a la forma de vivir, de disfrutar o de comunicarnos entre nosotros. Fiestas populares como las Fallas o Moros y Cristianos, los carnavales, tamborradas..., evidencian una pasión irrefrenable meridional por el ruido, la pólvora, los gritos de entusiasmo de los ciudadanos. Tan adictos al ruido somos que, lo confieso, cada vez que viajo al Reino Unido, ya en Dover, mi primera sensación es que estoy contemplando una película muda, a cámara lenta. Ascensión García Ruiz realiza una magistral interpretación del concepto legal de "ruido", ingeniosa, sutil. Demuestra que el significado y valoración de éste no es problema de decibelios, sino contextual, cultural e incluso antropológico. Porque la escena de la Coronación del Zar, de Boris Godunof (Músorgski) -gloriosa-, muchos solos de guitarra de Bruce Springsteen -salvajes-, o la propia sinfonía de Berlioz -la Fantástica- superan probablemente en decibelios al ruido desagradable en la madrugada de la máquina trituradora de la basura, la del operario del Ayuntamiento que levanta la acera, o el llanto del bebé del cuarto izquierda.