A pesar de que las ideas básicas y más importantes contenidas en este libro fueron desarrolladas por Eduardo Aguirre en plena juventud, como integrantes de su tesis doctoral, ellas mantienen la lozanía y vigencia propia de las obras clásicas. A ese resultado contribuyeron, por una parte, la superlativa claridad de su prosa, exenta como tal, de esas "degeneraciones idiomáticas"a las que son afectos ciertos autores que creen ver en ellas una demostración de saber jurídico, y, por otra parte, su constante recurrencia a ejemplos que hacen accesible la lectura de la obra a cualquier persona de mediana cultura.
Esa versión originaria del libro no fue publicada tal vez como consecuencia de la pronunciada actitud autocrítica de Aguirre, y aun cuando la presente edición fue rehecha en muchos de sus aspectos, el autor admitió , en el "Preámbulo", que se divirtió con la obra "como si fuera un juego y no un trabajo". Se trata de una afirmación rigurosamente exacta, y el lector puede percibir que no hay capítulo del libro que no contenga un rasgo de buen humor, sin que tal circunstancia afecte en lo más mínimo la solidez de sus conceptos y conclusiones, invariablemente respaldadas en un razonamiento impecable. Porque ocurre que la notable versación jurídica de Aguirre, y su particular visión de la vida, le han permitido lograr un equilibrio poco habitual entre la especulación científica y sus costados risueños.