Salomón Verheist es también poeta o, según se mire, el poeta es también filósofo. Conociéndolo desde su primer poemario, A las puertas del Apsu, parece que maneja el poema reflexivo, al estilo de la poesía alemana, como algo propio de su personalidad y de su formación.
Esta conducta estilística tampoco es frecuente en Colombia. Son pocos: algunos poemas de Miguel Antonio Caro, Rafael Núñez, Rafael Rombo, Germón Pardo García (su soneto Apogeo), Gerardo Valencia (Un gran silencio) y, entre otros pocos mós, las dos catedrales, Jorge Zalamea (El sueño de las escalinatas) y Eduardo Cote Lamus, con Estoraques.
No creo que sea poesía filosófica la que resulta apéndice o vulgarización de alguna corriente filosófica, sino la que logra situarse más allá de la filosofía corriente, o que adivina mediante la más audaz y fina intelección. Estoy tentado a decir que eso es buena parte de lo que hace Platón en sus Diólogos socráticos, o, de otro modo, Horacio en alguna de sus odas, o don Ricardo Reis, el Pessoa horaciano. Novalis y Holderlin, mencionados, forman parte, por supuesto, de esta cofradía sacerdotal. Además de su estirpe palimpsestuosa, el poemario de Salomón Verheist Montenegro parece participar también de este selecto y exigente grupo, tanto en su primer libro, como en éste, el tercero.
Otto Ricardo Torres