La violencia sexual es un tema inacabado de análisis. Por siglos, las mujeres han sido víctimas de diferentes mecanismos de violencia que han intentado someter su cuerpo y autonomía.
Hablar de violencia sexual implica reconocer las diferentes formas mediante las que se expresa: el acoso sexual, los tocamientos no consensuados y demás actos sexuales, el acceso carnal, el aborto forzado, la anticoncepción forzada, el matrimonio infantil, la maternidad forzada, entre otros. Cada una implica un análisis particular sobre los contextos de ocurrencia, las causas, entramados culturales, responsables, consecuencias y formas de acción, respuesta y prevención. Sin embargo, comparten en su sustrato, el establecimiento de relaciones de poder en donde la mujer históricamente ha sido ubicada en el eslabón más bajo, teniendo que someterse a las directrices de un sistema social y cultural patriarcal.
De manera particular, el acoso sexual es una conducta presente en la cotidianidad de muchas niñas y mujeres. Es un comportamiento que vislumbra dichas relaciones de poder pues, frecuentemente, se enmarca en escenarios desiguales: jefe-empleada, maestro-estudiante, sacerdote-joven, entre otros ejemplos. Además, a diferencia de otras conductas configuradoras de la violencia sexual, es un hecho invisibilizado y naturalizado.