Si bien la cotidianeidad tiende a demostrar que sobre los animales existe una relación de utilidad, es decir, situaciones en las cuales el hombre simple y llanamente aprovecha los atributos especiales de estos para procurarse cierta ventaja, comodidad o servicio, también hay que admitir que, en algunos eventos, y respecto de ciertos animales, es natural que el hombre pueda sentir y en efecto sienta cierto apego sentimental o afectivo.
Abundan en la vida cotidiana ejemplos de ello: la anciana y su gata que en los últimos años de su vida ha sido su única compañía; la niña que creció junto a su perro; el caballo entrenado que un día le salvó la vida a su amo; el can del ciego que le guía por los caminos de la vida, etc.
La literatura, antigua y moderna, también se ha encargado de poner en evidencia la importancia que puede significar para el ser humano la relación con la bestia. Basta citar el ejemplo de El Cid, héroe español que durante la Edad Media batalló contra los moros a lomos de su caballo Babieca, y sobre el cual yacería su cuerpo inerte; o el gran danés de pecho nevado Míster Woodrow Wiison, compañero incondicional del paralítico belga Jeremiah de Saint Amour, memorable personaje de "El amor en los tiempos del cólera".
Buena parte de los tribunales modernos, inspirados más en los principios y valores de la sociedad actual que en una estricta exégesis de los textos legales, han venido, de forma reiterada y continua, concediendo a favor del amo el resarcimiento del perjuicio no patrimonial cuando su fiel compañero fallece o es seriamente lesionado por la conducta antijurídica de un tercero.