El impulso fantástico de Anderson Imbert fluctúa entre dos polos: la libertad y el horror. Una intuición fundamental rige toda su obra y se expresa con fuerza inigualada en el nihilismo mstico de El hijo pródigo (Las pruebas del caos). Visto desde esa Nada o ese Todo, el hombre pierde su presunta situación de privilegio y se disuelve en el caos originario, indistinguible ya del animal, del vegetal y del mineral. La literatura andersoniana es lúdica pero no como mero juego intelectual o simple entretenimiento frvolo sino, por el contrario, como conciencia de la arbitrariedad de los smbolos de la cultura. Anderson corroe las certezas establecidas mediante la magia de la metáfora, el escándalo de la subversión de leyes naturales, el prodigio de situaciones imposibles y las travesuras de la irona. Que Anderson sea un escritor muy culto, heredero de una refinada tradición europea no desvanece en modo alguno su arraigo sutil y hondo al suelo americano. Vuelve en sus cuentos la polémica civilización/barbarie, ciudad/campaa, y se resuelve, contra lo que poda esperarse, en la aquiescencia a la seducción de la América profunda. En el memorable cuento Patricio OHara, el Libertador (El Grimorio), el irlandés locuaz y fantasioso es arrasado por la magia viva de un mundo americano donde el mito es realidad.
