Juan Vicente Melo cuenta las vidas ajenas, las inventadas, como si fueran la propia. Y sobre este juego de suplantaciones, se levanta el eje en torno al cual gira mucho de su trabajo literario. Cualquier individuo, por el simple hecho de serlo, nos representa a todos en ese espacio íntimo, recóndito y a la vez ingente, que resulta la interioridad humana. La realidad deviene en rito, en carnaval de pronombres intercambiables: yo, tú, él, no son sino máscaras de una predestinada escenografía denominada existencia. Tal certidumbre permea la obra de Melo. Yo-soy-yo-y-hablo-de todos-porque-hablo-de-mí-mismo es una premisa vecina al dictum clásico que encuentra universalidad en la descripción de la aldea. "Y mi aldea", al menos la de Melo, es su intimidad, sus obsesiones, el eterno retorno a los mismos temas y a los espacios claustrofóbicos aunque estén (con escasa frecuencia) preñados de paisaje.
El universo de Melo es una aldea minúscula en dimensiones aunque potenciada por su capacidad de trascender el tiempo y el espacio. En ella caben el autor-real y sus obsesiones. Las veladas, y otras no tanto, referencias a su vida personal; el legado venturoso o trágico de sus ancestros, el imperio de sus experiencias más inmediatas y, especialmente, su fraseo, la sintaxis abigarrada y maniática que vertebra sus textos.